Fabien dei Franchi
A mi amigo Henry Irving
La silenciosa estancia, la pesada sombra avanzando furtiva,
los muertos inmóviles viajando, la puerta que se abre,
el hermano asesinado que levita a través del piso,
los blancos dedos del fantasma posados en tus hombros
y luego, el duelo solitario en el valle,
las rotas espadas, el ahogado grito, la sangre,
tus magníficos ojos vengativos cuando todo ha pasado.
Están bien esas cosas; ¡pero tú fuiste hecho
para más augustas creaciones! Lear enloquecido
debería a tu arbitrio vagar por el brezal nativo
con el tonto ruidoso que se mofa; Romeo
por ti atraería su amor, y el miedo desesperado
sacaría de su vaina la daga cobarde de Ricardo.
¡Tú, presto instrumento al soplo de los labios de Shakespeare!
Phedre
A Sarah Bernhardt
Qué vano y qué tedioso nuestro mundo ordinario parecerá
a alguien Como tú, que en Florencia
habrías conversado con Mirandola, o caminado
entre los frescos olivares de Academos:
habrías recogido cañas de la verde corriente
para la aguda flauta de Pan, pies de cabrito,
y tocado con las blancas niñas en el valle Feacio
donde el grave Odiseo de su profundo sueño despertara.
¡Ah!, en verdad, una urna de ática arcilla 4
guardó tu polvo pálido, y has venido otra vez
a este mundo ordinario, tedioso y vano,
fatigada de los días sin sol,
de campos rebosantes de asfódelos insípidos,
de labios sin amor, con que besan los hombres en el Infierno.
Versión de E. Caracciolo Trejo