De mi infancia, sin embargo,
no albergo memoria alguna,
de tal modo que jamás
fui niño.
La vida tiene, al fin,
este modo perverso
de vengarse de nosotros.
Para reponer el hueco
de ese órgano sin vida
construí un niño semejante a mí,
con mis ojos y mis miedos,
un niño de papel
teñido de recuerdos
que otros me han contado.
Tuvo una infancia feliz aseguran-,
así que le dibujé una cicatriz
a modo de sonrisa,
lo invadí de amigos que no perduraron,
lo rellené de sentimientos que no recuerda.
A veces me levanto
con las manos salpicadas de años
y de ausencias y de derrotas,
agarro entonces mi muñeco infantil
como si fuera un madero en mitad del abismo.
Intento sobrevivir,
nadar con rencor hacia una playa
y, al llegar,
dibujo sobre mi rostro una sonrisa resignada,
una larga y oscura cicatriz
que viene a salvarme de lejos,
una larga y oscura cicatriz del tiempo
que el tiempo no borra.