Solemne desgranas
la contenida fascinación por las sombras, racimos,
que jamás serán capaces de apresar
el infortunio del otoño,
el himno tan guardado.
Banderas recónditas, pero implacables,
que abren las ventanas de par en par
y establecen un contrapunto de delicadeza
y malicia.
Luego
has ido fermentando
argumentos de esplendor feliz,
sutilísimas veredas interiores,
limítrofes con el sueño.
Arroyos
que destilan esperanza
en un diálogo interminable
con los vidrios del ajuar, cerrado.
(Alguna vez
los símbolos -erre que erre-
fueron un modo singular de resistencia).
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