En el fondo del cuarto, un dorado de mujer
se va apagando igual que una bujía.
El oro de la piel
en la penumbra de alba donde nunca
llegaré a abrir los ojos es la herida
de tu cuerpo desnudo en el espejo.
Hoy eres una carta
en la que tu voz ronca se armoniza
con sueños fracasados y, desnuda,
bailas conmigo lentamente, hendida
por el mañana inútil de un instante
fijado al recordar sin esperanza.
Oscurece y me acerco a aquel hotel
para buscar tu cuerpo
carbonizado, ausente, pero allí
tan sólo está la noche, una luz roja
que en una calle en obras mece el viento.
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