Fue tan tibia la felpa de las sombras,
que sin querer callamos,
y nos bebimos como vino añejo
la frase que tembló sobre los labios.
A pesar de no amarnos, en silencio
se troncharon las manos,
sin saber si acunábamos un sueño
o era el sopor de algún amor lejano.
Y también, sin saber por qué misterio,
nuestras bocas ajenas se juntaron,
y en las pupilas húmedas de ausencia
la tarde lila se quedó temblando.
Después, en la maraña del reproche,
nos perdimos hablando,
y en la roca del alma se hizo sangre
la fruta mentirosa de los labios…
Tal vez el viento de otras soledades
nos sorprenda llorando,
y entonces nacerá como eco roto
la frase que callamos…
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