El río trajo troncos y lúbricos helechos:
la creciente mantuvo mi memoria anegada.
La inundación es gris.
La niebla húmeda nada
entre ruinas y patos y lúgubres desechos.
Mundos rotos, barcazas, heridas en el pecho
del río, y un olor como a selva concentrada;
un hedor incipiente y una aguda parvada
de gritos en la cumbre del paisaje maltrecho.
Tiembla un dolor de siglos en las aguas impuras
que arrancaron raíces y carcomieron tumbas
que ahogaron yeguas, potros, jardines y espesuras.
Hay un salmo en el viento y un soplo de amargura
y donde antes fluía el licor de las rumbas
sólo queda el gemido donde el aire supura.
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