No apartes, adorada Musa mía,
tu divino consuelo y tus favores
del alma que, nutrida en los dolores,
abrasa el sol y el desaliento enfría.
Aparece ante mí como aquel día
primero de mis jóvenes amores
y tu falda blanquísima con flores
modestas u olorosas atavía.
¡Oh, tú, que besas mi abrasada frente
en horas de entusiasmo o de tristeza,
que resuene en tu canto inmensamente
tu amor a Dios, tu culto a la Belleza,
alma del Arte, y tu pasión ardiente
a la madre inmortal Naturaleza!
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