Aquí el mar violenta sus azules contra los arrecifes y se siente un dolor de lejanías. Los náufragos que vienen de mi tierra conocen esa soledad, una vuelta de tiempo hacia el sueño de quienes no llegaron a encontrar sus flores.
Por estas costas caminó José Martí y fragmentó su corazón que mucho le dolía por las sombras de Cuba, para decir a otros hombres la luz de sus violines, y volver por el rumbo de las mismas palabras hasta la almendra de un país por el mar asediado.
La distancia es violeta, las nubes mis colinas, alucinaciones que recuerdan a Heredia desde un buque avizorando el Pan de Matanzas, detrás del cual se erigían «las palmas deliciosas, que en las llanuras de mi ardiente patria nacen del sol…»
Un velero espiga desde el fondo del mar, que es el fondo del tiempo y el jardín del que fuimos exiliados. En cada giro descubre los cristales que no elegí para mi pesca, pero son sólo suyos, como mía es la confusión entre el día y lo eterno.
Únicamente me ha sido dado contemplar los horizontes y en ellos agonizo cuando arden las ceibas y los barcos, y me acostumbro a creer que el cartero no traerá la familia sobre la mar escrita mientras mi danza sea un duelo de ajedrez que nadie gana.