A la cantante Betty Klein
A la orilla de este puerto hijo del diluvio y de las
manos de Jafet,
donde marineros egipcios se detuvieron para lanzar
sus redes,
frente a las rocas de la costa
donde la bella Andrómeda
continúa encadenada a los pies de la leyenda,
transcurre la noche desde el restaurante Suka Levara.
Memorial de sombras y lúgubres presagios,
derroche de instantes inútiles
enervados en la piadosa ventilación de la memoria.
Silenciosa epopeya nivelando emociones.
Voces esparcidas sobre apetitosos manteles
en el trivial escenario del restaurante
bajo el peso de la historia,
cuyos sitiales conservan maravillosos tesoros fenicios.
Rótulos comerciales
dibujan intermitentes peces en luces de neón,
atrapados por el milagro de un Jesucristo
que camina sobre el agua.
Israelitas abrigados
y con teléfonos celulares en mano
se comunican con el mundo mientras
la danza de los panes y el banquete avanza;
la mirada de la camarera
también sugiere ese mundo:
reposa en los ojos del viajero
su milenaria y silenciosa diáspora.