Era un sabra¹ larguirucho, pálido, casi albino que cantaba con
una voz tan larga como él, bien impostada, no como su figura
que, a cada momento, parecía dispuesta a troncharse. Servía en
un restorán de los que tiene por buenos, en Jerusalén, para uso de
altos funcionarios con visitantes o diplomáticos suramericanos de
pocos quehaceres. Muy apreciado por su valor sin fallas saltó sobre
una mina ya cerca de Ismailía, el quinto día.
¹Sabra: hijo de emigrantes nacidos en Israel. Figuradamente franco y generoso.
Mi amigo ha muerto
con él entierran sus recuerdos.
Sus conocidos
se acordarán dél
pero nadie sabrá
lo quél¹ sabía.
Han desaparecido
él y sus circunstancias
y un poco de mí mismo.
Con él se va algo
que, solo él y yo sabíamos.
Mañana moriré
y ya nadie sabrá
nada de los que fue. (Cantando)
Nacemos
muertos.
Nadie puede decir:
mi amigo Jan fue así:
Dios no quiere testigos.
Crecen los árboles
para morir.
Crecen
y desaparecen.
¿Para qué, madre?
Nadie lo sabe,
¿necesita Dios testigos?
Creo que no,
mas, ¿para qué vivimos si no?
Ser testigos de Dios…
¿O Dios es otro?
Para qué?
¿Contra quien?
¹ sic
* * * * *
Canción de orgullo
Estoy de pie
frente al mar.
Al mar
en el que nos querían echar.
…Echar a la mar…
Estoy firme,
de pie,
en las manos un fusil.
Vigilando
un campo
donde están
apiñados
los que nos querían tirar
a la mar.
Pienso en ti,
que no sé
quien
eres.
El mar,
a mis pies,
muriendo
una y otra vez,
pronuncia
tu nombre.