Júcar de Diego Jesús Jiménez

Para Rafael Conte

I. Su voz, fugaz cristalería de las sombras…

…las puertas de la noche,
del viento, del relámpago,
la de lo nunca visto.
…………………………………..
…que se vea muy bien
que es aquí, que está todo
queriendo recibirla.
Pedro Salinas

Su voz,
fugaz cristalería de las sombras, recorre la ciudad incendiándola
de sombríos aromas y rumores de bosque.
Palacio de la aurora,
remanso de la infancia
donde florece el tiempo en altísimos sueños.

¿Dónde perdí la llave
que me abría su cielo? ¡Ah, si alguna vez pudiera,
abrasado de sonidos celestes
y luces vegetales, diluirme en su cuerpo; ser la pura materia que atraviesa,
sin dañarlo,
como un reflejo de la tarde, su rostro!

Descender su memoria
coronada de juncos, ser su imagen herida por los amaneceres,
penetrar los espejos
en los que se repite el vuelo de las aves,
donde anida el espino en su cárcel de sombras. Saciar así la sed, como los días
en los atardeceres de sus valles la sacian. ¡Oh senda detenida
donde mi juventud te amó!
Habitan los recuerdos
en un tiempo distinto. Nada
profane su silencio ahora, ahora que están las puertas
de sus noches abriéndose, que baña
su inalcanzable imagen la memoria en sus aguas.

II. Está ya amaneciendo…

…aunque sea en almohadas vacías
que no autorizan a esperarla aurora
tan confiadamente
como cuando se duerme
en la marea alta de algún pecho
Pedro Salinas

Está ya amaneciendo. Nacen arrepentidos
unos de otros los azules, y un malva claro
y a la vez oscuro, vaga como un aparecido
por sus profundas aguas. Reposa
la marea del tiempo sobre su corazón
donde crece un aroma que turba aún a mi alma.
Acaso sólo ruinas
de una música eterna las palabras que buscas.

Luces y sombras líquidas
dibujan en las piedras
claridades ocultas del reino del crepúsculo, iluminan
un bello libro de horas
donde el olvido
reconoce en sus pétalos
una tarde distinta de la que ahora contemplas.
Sólo un silencio original, a través de una fronda
de imágenes calladas, filtra su inmóvil
claridad en el tiempo. Altas destilerías y púlpitos altísimos
atraviesan su luz. A veces el reflejo
de un día ya lejano ilumina las aguas, otras el tacto
halla la forma líquida de un sonido infinito.

En las riberas deja
sus alcobas abiertas el estío, ves tu ausencia moverse; y oyes
las voces del pasado en sus claustros nocturnos.

En el paisaje gótico
los desiguales chopos y los álamos, acercan
a tus ojos el cielo.
Cuantos colores
recuerdas hoy, destiñen
con su luz la memoria.

III. Desciende entre pinares la quietud de la tarde…

…pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a fa almendra.
La frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto;
perfección vislumbrada, nunca nuestra.
Pedro Salinas

Desciende entre pinares la quietud de la tarde.
En él fluyen los cielos y se desvela, como un tapiz, su música.
Suspendido en la imagen que reflejan las aguas, el universo sacia
la sed que no conoce límites. En mi sangre penetran
como luces dormidas los aromas, moradas
donde mi cuerpo habita, oculto, en sus remansos.
Desnudos paraísos de frío
sus paisajes de nieve, donde aún la pureza
fuera de mí, herida por la infancia, florece en la memoria
como un dios extinguiéndose.

Bajan de las Angustias,
todavía llevados por el sol de la tarde,
los pájaros que nacen de sus cánticos fúnebres.
Murallas desbordadas por arroyos y fuentes, palabras
que han vencido los siglos se diluyen en él; y yacen
sus voces invernales sobre un silencio herido.

Dejadme aquí, bien en lo alto
de la ciudad, aquí, en Mangana, donde ilumina el jazmín blanco
de silencio a la noche, donde el rumor errante
de las aguas, entrega
su sepulcro a mi cuerpo
para que así, perdida la memoria, los sentidos
descalzos, siga siendo
milagrosa marea del crepúsculo;
invisible aposento en el que fluye, ¡oh música infinita!,
mi corazón en su quietud eterna.

IV. Abre sus ventanas el aire…

Abre sus ventanas el aire. Ves descender los pájaros
iluminados por el sol. Un silencio de pórticos,
de sombras derramadas y de cristales líquidos
edifican el claustro
de su voz, turban con los más hondos
y fugaces inciensos la gloria
de un cortejo de cálices florecidos de júbilo.
Enciende su liturgia,
vegetal y sagrada, un resplandor oscuro.
¿En qué remotos sueños,
sobre qué frondas los más altivos reinos
de su abismo reposan? Se desnuda debajo
de los sauces su luz; y los laureles y las enredaderas
tiñen de vegetales cónclaves
su cauce.
¡Qué altares
de alucinadas geometrías, qué paraíso en vuelo
estremece a tus ojos! ¡En qué oficios, el agua,
abre sus puertas a los atrios del tiempo!
Enciende sus candiles de silencio la noche
y escuchas, de sí mismo apiadado, un murmullo de sombras
y encantados espejos.
Huye hacia su corazón
la transparencia de los bosques.
¿Son mis manos las mismas
que rozaron sus aguas, las mismas que tocaron
en sus aguas los cielos? ¡Qué orfebrería de luces
su rumor en mis párpados! ¡En qué ruecas se teje
todavía su imagen! ¿Quién da forma infinita
a esta noche mortal?

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