Jugados como siempre
estuvimos, como echados
aunque fuese sin echar fuera del mundo, dados
a las condiciones reinantes, a la eterna
imprecisión del hecho en sí
que se sustrae, cortante
o en secreto: ese caracol
que no escucha sino su ruido interno
de mar, que oye llover
particularmente sobre sus chapas
gotas precisas, las traslúcidas,
las que filtran toda densidad, toda viscosa
sofocación: botas entrando a la Universidad
cuando la aurora, sabia, distraída,
como un golpe de caballos fuera de épica.
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