Déjate aniquilar
por la aguda, amarilla luz de los girasoles,
deja que el sol de junio te hiera y te maltrate
con agujas de oro.
Descansa del amor en un dolor más alto,
muérete del deseo que gime en las raíces
y sustenta a las plantas.
Al fin, no es ningún mérito la angustia; ni el anhelo
de un cuerpo es desventura mayor que esa otra sed.
Pon a salvo tu nombre.
Déjate aniquilar entre los girasoles;
nadie diga que has muerto de amor, sino de fiebre.
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