Oh, mujer que andas sólo por atajos,
veredas que parecen secretos campesinos;
oh, nunca deseada a plena luz del día;
tu labor, qué afanosa; de luto es tu vestido.
Bordeas, recatada, los surcos campesinos.
El aire es denso. Ningún rumor produce la alborada.
Si la alondra tardase, tu corazón se ahogaría.
Pero no vuelves la vista para contemplar el vuelo.
Pasas, ligera, cuando el camino lo permite.
¿Vas -tu única diversión- hacia la ermita vieja
-tres horas de camino-, a ver a algún sobrino enfermo?
Amada nunca fuiste, ni adolescente o libre.
Si inclinas la cabeza, de alegría o tristeza,
el rostro te ilumina la luz del delantal.
Versión de José Corredor-Matheos
«Ocho siglos de poesía catalana», Editorial Alianza
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