Acaricia en silencio
la angustia de mis manos
y vamos al prodigio del crepúsculo…
Arde el sol
como la espuma de la miel madura,
y el río ya no grita, se derrama
bebiendo en su avidez hojas marchitas,
que brillan como láminas de cobre,
sobre la fresca convulsión del agua.
Bésame castamente las pupilas
doradas de paisaje…
No ves que ahora es más plena la vida,
no ves que el cielo tiene amarillez de fruta,
y que los pastos henchidos de verdura
se coloran de bronce,
y sobre el terciopelo de las hojas
arden como un incendio las granadas?
Cógeme entre tus brazos, me sofoca
este olor excitante de espinos florecidos,
me acobarda esta brisa cargada de frescura,
que a veces peina mis cabellos claros
o juega como un niño entre mi falda.
Mira cómo se adormece el paisaje,
y en el temblor azul de los espacios
languidece la llama.
Mientras mis manos buscan tus rodillas,
mi espíritu se aparta.
Es la hora del fuego.
Olor de plenitudes,
fosforecer del agua.
Sofocación de alientos ignorados,
dedos suaves de brisa,
fugaz dulzor de cárdenas granadas.
Mañana no…Aquí bajo el crepúsculo,
ebria de plenitudes,
fresca como la carne de las frutas,
flexible como el vértigo del agua,
con los ojos azules de quimeras
y los brazos ligeros como alas.
Seré un himno de luz en el paisaje,
y en el vaso moreno de tu cuerpo
me plegaré con tenuidad de encaje,
para quemar con castidad de llama.