El diván dormitaba; las sortijas
brillaban frente a la oxidada aguja,
y un antiguo silencio de Cartuja
bostezaba en las lúgubres rendijas.
Sentía el violín entre prolijas
sugestiones, cual lánguida burbuja,
flotar su extraña anímula de bruja
ahorcada en las unánimes clavijas.
No quedaba de ti más que una gota
de sangre pectoral, sobre la rota
almohada. El espejo opalescente
estaba ciego. Y en el fino vaso,
como un corsé de inviolable raso
se abría una magnolia dulcemente.
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