La arboleda luctuosa giraba como el mar. Cayó lluvia.
Sobre la calle quedaron unas piedras, chicas, y otras más grandes; eran
muchísimas; parecían pedazos de estrellas.
Brillaban con furia, con desesperación. Creía que se iban a ir como
liebres; y no se iban.
Entré corriendo; pero, todo era distinto. Los roperos abiertos. Los santos
¡sin marco y de pie!
Un pajarillo totalmente azul volaba, siempre, en el mismo lugar, al alcance
de mi mano: no lo pude espantar ni cazar.
Se me cayó la trenza, se me cayó el vestido, cayeron las azucenas y la taza.
Quedé prendida a no sé qué,
y a nada.
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