Y tan pronto amanece,
cada vez más intensa, la roja cabellera
mana sobre su rostro.
(Encantadora curva
la del cuello que emerge del entreabierto escote).
La arrugada blancura de la amplia camisa
muestra el brazo que pende hasta el entarimado
donde, pálidamente,
se fruncen, rotos, todos los poemas.
(La usada tela, tan lisa como el hombro
que descubre, dulce resbala).
Excepto los papeles por el suelo esparcidos
está la habitación en riguroso orden:
incluso se acostó sin deshacer la cama.
(Parece muy cansado, tan minuciosamente,
con tanta saña y con tanta pena
desgarró cada línea de escritura.)
Ya desde el tragaluz desciende el ámbar.
Se afilan y se encrespan los contornos
y el color justo adquieren.
Y al fin sabe que, salvo la boca
tan horrorosamente contraída,
que salvo el tinte azul de sus mejillas ralas,
el muchacho es hermoso.