Venías de la fuente,
en la cadera el cántaro apoyado
sembrando su líquido tesoro
sobre el mísero polvo de los campos.
Venías de la fuente,
sucia de labor y besos de muchacho.
El seno te latía
dulcemente, como un pequeño pájaro.
Venías de la fuente,
el pelo hirsuto al aire, despeinado,
llena de risa aún y desbordante
lo mismo que tu cántaro.
Allí quedaba el mozo,
amante de un minuto, bajo el álamo.
Y volvías los ojos gozadores
una vez y otra vez, a cada paso.
Te vi venir sin prisa
desde el zaguán oscuro y sosegado….
-Como un corcel de fuego
sacudía sus crines el verano-.
Cruzaste lentamente,
sin verme, por mi lado.
Dejabas un perfume
a joven gozo, a besos, a tu paso.
Te siguieron mis ojos
calle arriba -cargada con tu cántaro,
cargada con tu cuerpo jubiloso-,
con unos celos lánguidos….