La cantora y su tiempo de Claudia Lars

Vivo un temblor de presentimientos
y estoy en medio de la borrasca
como la sacudida hoja de un árbol inútil.

Presencio el instante que enloquecidos visionarios
anunciaron con signos de relámpagos
y me dobla su fuerza incontenible
y su maduro peso funeral.

Al fin se rompen los sellos del castigo
y en el pequeño tragaluz de la vigilia
penetra -apenas- una astilla de cielo.

El fervor de los santos huye inviolables soledades
y la muda obediencia de las horas
ensombrece el reloj y la pupila.

¿Por qué llora la paloma sin culpa
y el amante vestido de sueños
pierde su cítara de extasiado cristal?…

Se profana la cúpula del aire
y demonios que desgarran la altura
descienden por nubes resonantes
sobre el dormido pulso de las cunas.

Afirmo que recibimos mensajes purísimos
y que testigos de la estrella y el reparto
anunciaron -con tónica solemne-
el largo drama de columnas rotas.

De siglos viene el grito pavoroso
y si buscamos en salobres canteras
es fácil encontrar lo que motiva la venganza.

¿Acaso no cayó el más limpio de la tierra,
con su fina cabeza agujereada
y su enseñanza convertida en campana confusa?…

Hemos de liberar el espiritu,
aunque el miedo circunde nuestra frente sin pájaros,
aunque ruedas, planetas y siniestros autómatas
nos hagan entrever -en cada atisbo-
el combate de arcángeles y monstruos.

Que acuda el vigilante
-el invisible huésped del lenguaje inefable-
porque tal vez en interiores refugios
él nos encienda y nos levante
esta apagada luna.

Faena del alma es descubrir ciertas verdades,
bucear en el poema hasta encontrar el blanco fondo,
sacar del abismo el amor desoído,
la flor de la tormenta
con su belleza inmemorial.

Tanteo en mi espacio y en mi verso
y anhelo romper el disfraz transitorio.
Implacables defensas
ocultan una orilla…la otra costa…
y el turbio hermano y el hermano turbio
caen sobre su miedo y sus rencores.

Hundidos estamos en este peligro,
en este oscuro régimen de sangre;
mas todavía entrega la colmena
endulzadas praderas de agosto,
y detrás de ráfagas cegadoras
alientan y sonríen
las amorosas islas de la amistad.

Que pasen los cadáveres con sus muecas de espanto,
los textos aventados en fragmentos,
las horas sin raíces
y el adiós del jardín
con la ceniza de sus mariposas.

Muertes y despedidas
dejan tras de su huella algo invencible
y al llorar lo que acaba de perderse
ya estamos celebrando nuevos nacimientos.

¡Dadme mi amor y mi breve profecía!…
Prepararé el escape
y hablaré de la aurora a media noche.

¿No advertís que entre nieblas
recoge Piscis su edad agotada?
¿No adivináis que en la rueda inmutable
Acuario vierte gotas deslumbrantes
y que los siglos venideros
están vivos ahí…
en su vibrante ánfora abismal?

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