La casa de Pilar Paz Pasamar

La casa es como un pájaro
prisionero en sí mismo,
que no medirá nunca
la longitud del trino.
Encarcelada ella
que no yo, pues la habito
conociéndola, y pongo
mi cuidado y mi tino
en algo que no sabe
ni sabrá de mi cuido.
¿No me siente por dentro
removerme, lo mismo
que se siente en la entraña
la presencia del hijo?
Me ignoran los cristales
no nos sienten los vidrios
tras los cuales luchamos
contra el mar y sus ruidos.
No sabe que en sus muros
crece el amor, que hay sitio
para soñar, y que hay mundos
y faros escondidos.
Ignora de qué modo
la nombro y la bendigo.
Le digo muchas cosas;
la pongo por testigo
de todos mis secretos.
De lejos, si la miro,
me parece que tiene
la tristeza de un niño
abandonado. Subo
sus peldaños, le digo
mi nombre, porque note
que he regresado. Giro
por su caliente espuma,
me afano por su brillo,
la quiero clara, alegre
la enciendo con mis gritos,
con el sol, con el aire
del salado vecino.
Casa nuestra, mi casa…
¡Cómo crecen sus filos!
¡Cómo crece la sombra
de Dios aquí escondido!
¡Qué inevitable y fácil
la soledad, contigo!

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