a la memoria de Ana Calabrese
Íbamos a tomar el vino del atardecer
sentadas en el piso,
a desplegar el dolor y los amores literarios
como un mantel: algunos agujeros y colores seguros.
Dos mujeres expulsadas del idioma, de la fiesta,
de una terca latitud.
Íbamos a dejar que el río nos invada
(todos tus amigos me hablaron más del río
que de tu desesperación)
Trocitos de corcho, historias de algún tío
obsesionado por la libertad del espíritu, restos
de un ángel pintado sobre una percha de madera.
Tu suicidio anunciado los refugió en el bosque
(a ellos, los lobos, los amigos),
los vació de palabras.
Extraña flor de sombras chinas en la pared,
te convertiste en una voz y un silencio contra un río.
Un poema condenado a una caja inasible.
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