Sonríe la doncella del palacio de mosaicos
de nácar. La belleza asomada al infinito.
A la espalda, mal dormida, porta mi deseo
una daga que no acepta orden ni espejo, que
amenázame también, como si yo fuese
otro, un muelle ciego donde atracar su sino.
La sonrisa dice sí, comencemos
tras la patria de zaguanes desfondados,
sobre los mullidos, versátiles copos
del jardín desterrado del continuonó.
Acudo a la cita, la dulce, corta travesía
aislada de cualquier costa corriente.
La belleza fundida en mi fugacidad;
y la daga en ambas heridas, siglos después,
afirmando su filo, intacta en el grabado
del único, perforado mosaico del palacio.
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