Ya la naturaleza
Borra en su inmenso libro esto: lo natural;
Se mete en los salones, y sale con humitos
Y con tufos… de gas.
¡Muy bien! Ya tus canarios
no volarán sin trabas cuando los dejes ir;
no; tomarán su sastre, y se irán afeitados
de donde Peregrín.
Ya en las selvas, un tiempo
Pobladas por arrullos que inspirara la luz,
No dirá la paloma, como lo escuchó Diéguez,
Mi amor sólo eres tú, mi amor sólo eres tú!
¡Eh malcriada! ¡Insolente!
¿Esa es la urbanidad que has podido aprender?
Desde hoy en adelante a ese señor Palomo
Lo tratarás de «usted’.
¡La señora Calandria!
¡Caballero Zenzontle!: ¡Usted, don Ruiseñor!
¡Don Clavel! ¡Doña Dalia! ¡Señorita Azucena!
¡Don Lirio! ¡Don Gorrión!
Como ahora es costumbre
Entre gente elegante levantarse a las diez,
Aguardará la Aurora a que nos levantemos
Cuando nos venga a ver.
Mayo cuando despierte
Para animar al mundo con su aliento vivaz,
Se envolverá en las faldas de su levita verde,
Las manos, al tocar…
Ya desde hoy, por supuesto,
No inflamará los pechos de doncella y doncel,
Ni encenderá las yemas, ni exaltará la vida,
Ni hará nada: ¡muy bien!
¿Para qué, pues, los labios?
Pues bien, para decirnos: Le beso a usted los pies.
Ya no hay dulces palabras, ni caricias, ni mimos,
Ni besos: ¡ya no hay miel!
Pero oye, ¡amiga mía!
¿Y así dicen que me amas? ¡Con que eso es el amor!
Con qué luz y armonías y sangre y vida y todo
Para eso lo hizo Dios?
La defensa de pan (III) de Francisco Antonio Gavidia
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