La más inofensiva,
la más sana,
la que nunca produjo salpullido a nadie;
la que hasta ahora que yo sepa
a nadie le ha pasmado la alegría;
la pájara,
la pajarita
que nos hizo volar sin ser aviones;
la que a mansalva nos hizo sudar miel,
quedar absortos
hasta sacar en conclusión
que el mundo lo teníamos cogido
como a una lagartija por el rabo.
Ese licor,
o si usted lo prefiere
esa licora
que nos hizo espumear sin ser cerveza,
que nos hizo calor en pleno frío.
La rica,
la pura gozadera
que no daba adicción
ni efecto de rebote
ni sueño dependencia
y así todo al respecto.
La bizca,
la bizcacha,
la tuerta,
la tuertacha
que nos hacía ver todo bonito y de colores
Esa descabellada primavera,
ese frescor sin nombre,
ese aroma sin cara,
esa borracha borrachera
que nos exacerbaba el apetito
para que devoráramos las fechas y las calles.
Esa droga, ese placebo
que no era cocaína,
ni peyote, ni crak, ni L.S.D. ni marihuana;
esa droga que en nada coincidía con un ave
y sin embargo era más ave
que las aves.
Esa destartalada,
esa chúcara fruta
que nos hacía sufrir delirios de grandeza,
alucinaciones, vahídos
y sin embargo teníamos
Más salud que los toros.
Esa recontramuerta,
esa enterrada viva droga de la juventud.
La droga de Euler Granda
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