Así la aparición era esperada
como Signo Celeste de ventura,
presciencia presentida, clara y pura
que en la mente del pueblo era fijada.
Su irreal realeza, casi una tortura
por la ansiedad de su presencia amada,
rayo de luz, emblema de dulzura,
gloriosa en su existencia ya forjada.
Y la voz luminosa persistía
con la fe inmarcesible de su guía
sostenida en la lumbre de su axioma:
¡No era El Pájaro Azul, no era una nube,
no era tampoco el ala de un querube
aquel vivo aletear de una paloma!
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