fue la que siempre quisimos y faltó.
el invernadero estaba junto al parque
con sus cristales húmedos bajo el sol que entraba
en la tarde, o en la mañana, a colorear sus plantas.
yo me paseaba contigo de la mano eras
de estatura un poco más bajo que yo-
y así alcanzaba a ver, desde esa altura,
los tallos quebrados por mi madre
que componía y podaba las macetas de buganvillas.
nunca entramos, éramos demasiado pequeños
para invadir la zona de confianza de esos seres extraños
que permanecían dentro. estábamos afuera.
saltando con nuestra energía sin razón
excluidos de la paciencia de las manos de mi madre
pero es allí donde quisiera vivir…
en el lugar inexacto de una foto que falta
para que no imites otra vez, o intente imitar el ser que soy.
el paisaje prohibido donde pondríamos el amor
con exclusividad.
el paisaje del deseo, que no se suponía o se reproducía a cada
instante
y que permaneció oculto para nosotros
-la algarabía de ser niños no nos dejaba ver
«odos andábamos a la caza de una flora insectívora&quo.
ramos suspicaces. ahora, acomodo en mi mente
la mente del invierno. su llama tibia
en el centro de las imágenes haciéndonos creer que algo
temblaba
o que podría no ser alcanzable.
esa incertidumbre del temblor donde cruje la madera
y la realidad distorsiona y parte en dos lenguajes.
fue la que siempre quisimos y faltó.
La foto del invernadero de Reina María Rodríguez
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