Hombre mío,
es la hora
de la pasión unánime,
la conjunción perfecta que nos brinda el instante.
¡Oh, pura incandescencia de cuerpos que se
buscan
y esperan anhelantes la dúplice ventura!
Tus brazos
que me anudan,
tu boca
empuja y desordena la sangre en mis arterias.
La hora del festejo para mis manos ávidas
que entre risas y besos
persiguen tu epidermis,
su límpida tersura trigueña, aire-soleada.
Sobre el dorado raso de tu piel-maravilla
desciende mi ternura
cual bandada de pájaros,
te palpo,
te conozco,
y aprendo de memoria llanuras y declives,
boscajes infinitos,
tu sexo hebra por hebra, fragancia por fragancia.
La hora de tus manos, palomas y tigresas,
marcando fuego a fuego su lento itinerario,
avanzan y regresan,
escalan y descienden
por suaves territorios y recodos salobres
izando en cada poro banderines de gozo.
Amor mío,
es la hora
de la ternura unánime,
una mujer y un hombre, de nuevo el paraíso.