Y cuando el corazón de un último latido
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
como una vez me darás la mano.
De rodillas, decidida,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas todavía en la vida.
Alzarás temblorosa los viejos brazos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, heme aquí.
Y sólo cuando me haya perdonado
te entrarán deseos de mirarme.
Recordarás haberme esperado tanto
y tendrás en los ojos un rápido suspiro.
Versión de Jesús López Pacheco
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