La metáfora ha muerto.
Nada se parece a nada.
La más mínima fracción de cada átomo absorbida en la tarea de cumplir su ínfimo mandamiento. Sostenerse en el ser, cada mañana, no importa qué. La anatomía exhausta del ciprés… La terquedad crispada de los pinos… El blanco inocuo del hielo en el dintel.
El orín del perro del vecino traza un surco en la nieve. Minúsculo. No menos
que todo lo demás. No menos
que esta arrebatada voluntad, la inanidad segura de este intento.
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