A LOS QUE LAMENTARON MI SUPUESTA MUERTE
El corazón, amigos, palpitante
como otras veces en mi pecho siento;
mas al oír vuestro piadoso acento
sobre las nubes me soñé un instante.
Juzgué más claro el sol, menos distante,
vi espíritus celestes en el viento
y en la estrella que más resplandecía
vi confusa la imagen de María.
Los colores, la luz, aire, el ruido,
todo más bello que en la tierra era,
y aquel mundo con gloria verdadera
le brindaba a mi espíritu embebido.
Pero con ser del alma tan querido
el cielo que de muertos nos espera,
esa dicha, medrosa rechazando,
de mi ilusión me desperté temblando.
Dios quiere que aun el día no llegado
a mi vida en su plazo, todavía;
resignación le falte al alma mía
para dejar mi triste suelo amado.
Amo a los corazones que me han dado,
pena, placer, tristezas, alegría;
amo al árbol, al río, a la pradera
y amo a mi dulce lira compañera.
Vendrá colmado de dolor, acaso,
el porvenir que a mi existencia aguarda
y de la muerte en su carrera tarda,
tal vez acuse el perezoso paso.
Mas nunca Dios el sufrimiento escaso
nos da, cuando el descanso nos retarda,
y mi término corto o prolongado
siempre estará por el bien señalado.
Mas, en tanto que treguas a mi vida
le place conceder al poderoso,
escuchad de una muerta agradecida
el acento que exhala cariñoso;
Sabed que de una voz dulce y sentida
a mí llegando el eco generoso,
vuestra memoria de amistad bendita
deja en mi corazón con llanto escrita.