Mujer ¡eres distinta! En ti no es la aventura,
ni la pasión absurda, ni la emoción fugaz…
El árbol de la vida se prende a tu cintura
con un convencimiento de presencia frutal.
Enraizada en tus sueños juega la clorofila
y ruedan las corolas en tu voz de cristal.
En las ramas del tiempo deshojas tus pupilas
y el otoño en tus manos empieza a amarillear.
Parada sobre el surco de una espera latente
tu ramazón de sueños presiente el vendaval.
El mar de los deseos golpea suavemente
con sus olas ilímites tu posición solar.
Enraizada en la muerte —casi desvanecida—
te sorprende el crepúsculo, muchacha singular.
No es de tierra y paisajes tu soledad herida
sino de una infinita tristeza vegetal.
En la higuera silvestre, en la presencia ruda
de la albahaca y acaso por la flor matinal,
te amaré más que nunca tropical y desnuda
y te urdiré en mis brazos con devoción juncal.
Toda la selva humana tendrá un prestigio nuevo.
Árboles carcomidos no te podrán rozar.
Y estarás frente al hombre —divinizadamente—
con sólo tu presencia de rosa vertical.