La dilatada noche
parece estar clavada,
por temblorosos astros
en el techo del cielo.
Aguzando el oído
interior, uno escucha
chirriar a esas luces
casi casi metálicas.
Ya no resisten más. Imaginando
sin duda su caída,
un vértigo creciente
las tiene justo al borde
o del llanto o del grito.
El mundo a punto está de ser tan sólo
la fosa de unos astros agotados,
que ha de sellar, rotunda y para siempre,
la negra losa de la noche inmensa.
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