La niña de diez años, allí, bajo el sombrajo de Félix de Azúa

La niña de diez años, allí, bajo el sombrajo
(una vela de cruz, luminosa y salina)
con el racimo en alto me pareció Judith
y su presa Holofernes con zarcillos azules.

Del automóvil blanco, de sus puertas abiertas
al aire abrasador y la luz cenital,
llegó un recuerdo blando de alquitrán o betún
que me hizo apoyar la mano en el tabanco.

Se puso en pie despacio, sosteniendo el racimo
como si de su codo aún pingara la sangre.
Brillantes y calientes, con obscena abundancia,
sus ojos y los granos de polvoriento añil.

Sin casi hablar (¿quién puede poner precio
a un racimo de uvas en un día de agosto?)
disimulamos ambos nuestro mutuo interés.
Así los orientales mercaban sus tapices.

Más tarde comenté la intimidad del monte
sin prisa y sin respuesta, pues tanta soledad
somete al tiempo.
Colgué de la romana un billete discreto,
dije adiós y me fui con diez años de menos.

También el cielo morirá cuando muera la tierra,
pensé como consuelo.
Cuando muera la viña, la tierra morirá,
me dije luego.

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