Ahora soy yo quien lo busca.
Todas las noches, en sigilo,
salgo de casa, y por la fasca
senda voy al campo tranquilo
para contemplarlo dormir.
Sin una palabra decir
me quedo allí por largo instante,
dichosa al poder acercar
mis labios hasta su semblante,
por sólo su aliento besar.
Me extiendo sobre él, de pronto;
despierta en mis brazos el tonto;
y al no poderse levantar,
renuncia a la lid; y cual gamos
toda la noche así jugamos.
¡Ah, malvada claridad diurna!,
aurora cruel, ¿ya has llegado?
¿En qué gruta siempre nocturna,
o en algún subterráneo prado,
puede Amor haber olvidado
tu remembranza taciturna?
Versión de Enrique Uribe White
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