¡O! ¡quan hórridos chocan
Los vientos! ¡o que silbos,
Que cielo y tierra turban
Con soplo embravecido!
Las nubes concitadas
Despiden largos ríos,
Y aumentan pavorosas
El miedo y el conflicto.
La luna en su albo trono
Con desmayado brillo
Preside a las tinieblas,
En medio de su giro;
Y las menores lumbres,
El resplandor perdido,
Se esconden a los ojos
Que observan sus caminos.
Del Tormes suena lejos
El desigual ruido,
Que forman las corrientes
Batiendo con los riscos.
¡O invierno! ¡o noche triste!
¡Quan grato a mi tranquilo
Pecho es tu horror! ¡tu estruendo
Quan plácido a mi oído!
Así en el alta roca
Cantando el pastorcillo,
Del mar alborotado,
Contempla los peligros.
Tu confusión medrosa
Me eleva hasta el divino
Ser, adorando humilde
Su inmenso poderío;
Y ante él absorto y ciego
Me anego en los abismos
De gloria, que circundan
Su solio en el empíreo.
Su solio desde donde
Señala los lucidos
Pasos al sol, y encierra
La mar en sus dominios.
¡O ser inmenso! ¡o causa
Primera! ¿dónde altivo
Con vuelo temerario
Me lleva mi delirio?
¡Señor! ¿quien sois? ¿quien puso
Sobre un eterno quicio
Con mano omnipotente
Los orbes de zafiro?
¿Quién dixo a las tinieblas:
Tened en señorío
La noche; y vistió al alba
De rosa el manto rico?
¿Quién suelta de los vientos
La furia, o llevar quiso
Las aguas en sus hombros
Del ayre al gran vacío?
¡O providencia! ¡o mano
Suave! ¡o Dios benigno!
¡O padre! ¡do no llegan
Tus ansias con tus hijos!
Yo veo en estas aguas
La mies del blondo estío,
De abril las gayas flores,
De octubre los racimos.
Yo veo de los seres
En número infinito
La vida y el sustento
En ellas escondido.
Yo veo… no sé como,
Dios bueno, los prodigios
De tu saber explique
Mi pecho enternecido.
Qual concha nacarada,
Que abierta al matutino
Albor, convierte en perlas
El cándido rocío;
La tierra el ancho gremio
Prestando al cristalino
Humor, con él fecunda
Sus gérmenes activos.
Y un día el hombre ingrato
Con dulce regocijo
Las gotas de estas aguas
Trocadas verá en trigo.
Verá el pastor que el prado
Da yerbas al aprisco,
Saltando en pos sus madres
Los sueltos corderillos
Y en las labradas vegas
Tenderse manso el río,
Los surcos fecundando
Con paso retorcido.
Los vientos en sus alas,
Qual ave que en el pico
El grano a sus polluelos
Alegre lleva al nido;
Tal próvidos extienden
A términos distintos
Las fértiles semillas
Con soplo repetido.
Las plantas fortifican
En recio torbellino,
Del ayre desterrando
Los hálitos nocivos,
Y en la cansada tierra
Renuevan el perdido
Vigor, porque tributo
Nos rinda más opimo.
¡O de Dios inefable
Bondad! ¡o altos designios,
Que inmensos bienes causan
Por medios no sabidos!
Do quiera que los ojos
Vuelvo, Señor, yo admiro
Tu mano derramando
Perenes beneficios.
¡Ay! siéntalos mi pecho
Por siempre; y embebido,
En ellos te tribute
Mi labio alegres himnos.
La noche de invierno de Juan Meléndez Valdés
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