La onza y los pastores de Félix María de Samaniego

En una trampa una Onza inadvertida
Dio mísera caída.
Al verla sin defensa,
Corrieron a la ofensa
Los vecinos Pastores,
No valerosos, pero sí traidores.
Cada cual por su lado
La maltrataba airado,
Hasta dejar sus fuerzas desmayadas,
Unos a palos, otros a pedradas.
Al fin la abandonaron por perdida;
Pero viéndola dar muestras de vida,
Cierto Pastor, dolido de su suerte,
Por evitar su muerte,
La arrojó la mitad de su alimento,
Con que pudiese recobrar aliento.
Llega la noche, témplase la saña;
Marchan a descansar a la cabaña
Todos, con esperanza muy fundada
De hallarla muerta por la madrugada;
Mas la fiera entre tanto,
Volviendo poco a poco del quebranto,
Toma nuevo valor y fuerza nueva;
Salta, deja la trampa, va a su cueva,
Y al sentirse del todo reforzada,
Sale si muy ligera, más airada.
Ya destruye ganados,
Ya deja los Pastores destrozados;
Nada aplaca su cólera violenta,
Todo lo tala, en todo se ensangrienta.
El buen Pastor, por quien tal vez vivía,
Lleno de horror, la vida le pedía.
«No serás maltratado,
Dijo la Onza, vive descuidado;
Que yo sólo persigo a los traidores
Que me ofendieron, no a mis bienhechores.»

Quien hace agravios tema la venganza;
Quien hace bien, al fin el premio alcanza.

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