A Dinorah
Ay, es como una luna,
esos delgados miembros sostenidos
por la madre, ahora poderosa,
más allá del dolor.
La mano sosteniéndolo la arruga
levemente la piel bajo los hombros.
La otra, de reina, parece que mendiga.
No llora ya: ofrece al Hijo
que quisiera mecer,
a su pequeño inmenso
que quiso lo inaudito.
Ay, es como la fina
luna menguante.
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