Él amaba la pulsación de las sílabas,
algunos acentos. cuarta, octava, décima.
Buscaba en ella lo que no sabía,
lo que nunca supo, o sospechara:
un sentido, la señal de la gracia, el frágil
hilo que condujese a la vida,
tan acá del deseo de vivirla.
Cuánta melancolía, cuánta incertidumbre
fue siempre la suya en lo que hacía,
allá donde el cuerpo se hace alma
o el alma se hace cuerpo- ¿cómo saberlo?
El tiempo casi nada le enseñó,
pero proseguía, insatisfecho
o inseguro, que ni eso sabía.
Entre impulsos, crispaciones, reticencias,
perseguía el ritmo de la música más suya
con el mismo empeño que lo que fuera antes
pura delicia, caricia breve. Sólo la mano
no había cambiado-siempre tan leve.
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