Parece un largo adiós,
desde hace meses,
este dejarte sola en los andenes,
estación de autobuses, aeropuertos,
rellanos de escalera…
La vida -según dicen-
a veces se parece a un vuelo con demora,
pero tú, con tus ojos
de niña extraviada en mitad de la feria,
me miras y te marchas
cargada de maletas sin señas ni remite.
Y vuelves (a mirarme
otra vez) a marcharte
como quien no conoce la dirección del viento.
Reina de los andenes, mi pequeña viajera,
cansada de equipaje, pero buscando aún,
nómada de ti misma, no se sabe qué rumbos
donde curar con cuerpos el amor.
Parece un largo adiós,
desde hace años,
este sentirme solo en los destinos,
antesalas de alcoba, barras fijas
pasillos de oficina.
Experto en despedidas que siempre me dolieron,
a vueltas con la vida y su máscara infiel,
bebiéndome las noches amargas, las felices
desplegando velámenes de ausente seducción,
derrotas exhibidas, cicatrices, ojeras,
nostalgias de otros sueños y otra edad.
Por eso, mi pequeña viajera impenitente,
este viejo corsario de los mares profundos
puede ofrecerte aún su tesoro más dulce:
una escondida playa al abrigo del mundo
-que no exista en los mapas ni en las cartas de viaje-
donde encuentre refugio después de cada envite,
desnudo y renovado,
tu joven e indeciso corazón.