¡Cuánto gozo al mirar, dulce indolente,
Tu corpóreo esplendor
Como si fueran seda iridiscente
Tu piel y su fulgor.
Y sobre tu profunda cabellera
De un ácido aromar
-Cual un mar errabundo, sin ribera,
En azul ondular;
Como bajel que despertó del sueño
Al viento matinal,
Lanzo mi alma en soñador empeño
Hacia el piélago astral.
En tu mirada que nada revela
De dulzura ni hiel,
Mezcla de oro y hierro se congela
Para el doble joyel.
Mirando la cadencia con que avanzas
Bella de lasitud,
Dijéranse las serpentinas danzas
Al ritmo del laúd.
Agobiada de un fardo de molicie
Tu cabeza infantil
Se balancea como en la planicie
Una leona febril.
Y tu cuerpo se inclina y se distiende
Como un ebrio bajel,
Y va de borda en borda mientras hiende
Las aguas su proel.
Cual la onda engrosada por las fuentes
Del rugidor glaciar ,
Cuando asoman al filo de tus dientes
Espuma y pleamar,
Creo beber un vino -sangre y llama,
Sima y elevación-,
Un vino que me inunda, que me inflama
De astros el corazón.
Versión de Carlos López Narváez