Un niño azul se alarga
como hiciera su sombra
sin despojarse de carnal frescura.
Todo es niño en Toscana:
niño quien diera ley a las ciudades–
niñas prodigio que erigen su esplendor
de la mugre del tiempo.
Niño el paisaje
salpicado de torres y rosales,
y niño el corazón que lo contempla
sin importar la edad del cuerpo
donde late.
Se adelgaza la angustia
y aún la soledad se va alargando
como de bronce azul
abarcable por una mano amiga.
Niña es la luz:
la noche de la sombra.
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