Me basta acariciar la dentadura del piano para escuchar el grito de marfil que una manada de elefantes salvajes, acorralados en algún lugar de África, pudo refugiar de forma mítica entre el soplo de los ébanos del bosque
Lo sé, y cuando a mi vez escapo de mis sombras interiores, conjugo los silencios y los colores de la voz con una tristeza de lujo y charol, y me basta la noche y el humo de un whisky ajeno para poner falanges y metacarpos sobre la eufonía de la naturaleza
y quedar libre de calles
y dormir con las manos manchadas de blues.
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El ángel de la guarda del prostíbulo moría encerrado en la cómoda a la que acudíamos de niños para interrogarlo acerca del beso Lo habían enviado como vigía de los tropiezos de una mujer que vendía primavera y estaciones como rutina laboral ; pero sin saber con quién, ella encontró un aleatorio viaje de ilusiones, para el cual su ángel no había recibido instrucciones.