Caminaba por el bosque arropado de escarcha. Mis cabellos, sobre la boca, florecían de carámbanos diminutos.
Casi no podía levantar las sandalias por el peso de la nieve fangosa que se les adhería.
Él me dijo: «¿Qué buscas?» «Voy siguiendo -le contesté- la pista de un sátiro. Las huellas de sus pequeños cascos
hendidos van alternándose como huecos en el níveo manto». Él me dijo: «Los sátiros han muerto.
Ya murieron los sátiros, y las ninfas también. Hace más de treinta años
que no hacía un invierno tan crudo. Las huellas que ves son las de un macho cabrío. Quedémosnos aquí.
Junto está la tumba».
Con su azada quebró el hielo del manantial en donde, en otro tiempo, reían las náyades. Cogió luego grandes pedazos
de hielo y, alzándolos a los ojos, miraba… miraba al trasluz el cielo pálido.
Versión de Enrique Uribe White