Nunca ciñó tu pecho mi acechanza de niño,
acosté mi deseo como a una bestia herida,
y el ir a ti invisible te pareció un cariño:
salvando tus purezas, creí salvar tu vida…
Desde ese hondo pasado vienes a verme. Llegas
hoy con tus flores húmedas, tan frágilmente joven
que, apartada del tiempo, parece que navegas
en ese mar sin olas que atraviesa Beethoven.
De las lindes del mundo traje brazadas de arte
y oro helado y sonoro… Mas nada pude darte:
¡temía que una dádiva me traicionaría!
Y hoy que llegas tan joven, al fin de mi jornada,
por no haber dicho nada, por no haber dado nada,
me tortura, como una loca, la poesía.
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