El dolor escoge sus ciudades,
el asedio aplaca sus heridas,
el amor persigue sus batallas.
En el feudo de tus manos,
-crisol de cenizas y llantos-,
perdura el olvido y sus cautelas,
languidecen augurios delicados.
Dilapido ausencias, transijo con la nada.
Pájaros lentos ofrecen su cuidado.
Dreno los aljibes oscuros de la sed,
la oblicua noche del regreso,
las imposturas del tiempo,
la quemazón de los retratos.
Te miraré otra vez, en otra noche
de desamparado rasgo.
Se columpia sin prisa la ternura,
me pruebo otra tristeza con la distancia de un presagio.
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