I
No lo creía entonces. Pasaron meses, años.
Menos yo y este amor, todo ha cambiado ahora.
No creí que pudiera volver a ti, poesía.
Lo necesario estaba en las cosas que mueren.
Lo necesario era tan bello y pasajero.
Tú allá en la lejanía seguías fiel y pura.
Tú allá en tu cielo claro seguías siendo el alba.
Lo necesario estaba en la tierra de paso.
Pasaron meses, años. Tu remota presencia
surgía en ocasiones, tal la súbita diosa
a Odiseo, en un dulce temblor de la enramada,
con relumbre de labio que sabe a sal e incienso.
Pero yo no creía volver a ti ya nunca.
Lo necesario estaba en el cuerpo adorado.
Tu lejanía altiva no tentaba mis ansias.
Tu hermosura inhumana helaba mis sentidos.
Mas a pesar de todo no te dije adiós nunca.
Lo necesario era placer y desengaño.
Tú estabas en tu cielo cumpliendo tu destino.
Yo cumplía mi destino de hombre entre los hombres.
II
No sé dónde buscarte. Fantasía
no eres, ni árbol triste en frío lienzo,
ni muda estatua ni palabra sólo,
ni música siquiera; amor acaso.
Amor que no seas tú yerra el camino.
Tú sola sabes hasta ti guiarnos.
Rama es la vida en tu crujiente fuego
que del hombre, sonoro, se alimenta.
Agua que pasa y hierba has puesto dulce
en mi mirada. Fuente, sol y flores
has encerrado en mi corazón,
y pájaros sensibles en mis manos.
Para que todo te vea y te sienta,
para que en mí palpiten las criaturas
espontáneas, vírgenes, dichosas,
para que todo -y yo- seamos tuyos.