Sobre la losa del estanque
la nieve echa raíces, aposenta
sus zapatos de vidrio y muerde
con sus afilados dientes
al frío terciopelo de la tarde.
Protegidos bajo el palio del sol
viaja un colegio de pájaros de invierno;
sus sombras, carbones liberados
del oscuro silencio de la tierra,
quedan petrificadas sobre el hielo
y se graban, en el marmóreo cuerpo del estanque,
las huellas dactilares de la noche.
Se doblega la tarde cediendo territorio
al enemigo y el viento
va afilando el cuchillo vidrioso
de sus labios, borrando lentamente
el débil maquillaje en el rostro del sol.
Perdido en la maleza
siente la puñalada de la noche sembrando confusión
en el itinerario de su sangre,
se sabe herido al sentir el cuchillo
y se apresura a abandonar el laberinto.
Bien sabe él que hace tiempo se cerró la salida.