Para buscar el alma de los vinos
no me basta mi cáliz cincelado.
Quiero altas copas de cristal tallado
que imiten largos cuerpos femeninos.
Copas en cuyos bordes cristalinos
el vino fuera un beso prolongado,
ya que en todas las bocas que he besado
los besos fueron capitosos vinos.
Unas en cuya euritmia transparente,
nuestros ávidos ojos evocaran
giros de amor en cuerpos de serpiente.
Otras castas cual núbiles doncellas,
y tan frágiles, ay, que se quebraran
en nuestras manos al beber en ellas.
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