Los hijos de los Grises le arrebatan el gozo a las mujeres,
justo en el último momento, justo cuando están por acabar. Los hijos de los Grises,
en el último instante, se llevan esa gema invisible del sexo de las mujeres
y hacen un collar de maravilla.
En las noches cálidas, el collar hecho con los guijarros del gozo humedecido,
palpita en la penumbra inmóvil, sin que nadie se adueñe del temblor. Los Grises
ponen esos collares en las vitrinas de los museos, y quedan tontamente alegres
por haberles quitado el gozo a las mujeres.
Las perlas, algunas oscuras y otras claras, producen un latido inmóvil y concéntrico,
un espasmo translúcido que se pierde en el espacio silencioso. Pero las mujeres de los hijos
de los Grises van, cada vez que pueden, a la aldea vecina, donde los hombres saben
desprenderles del vientre esos cantos rodados, esas perlas opalinas y latientes,
y las dejan flotando en la entrepierna, húmedas y tibias todo el tiempo,
durante la eternidad que dura el acto.
Las piedras de amar de Courtoisie Rafael
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